Miren
mi Televisión. Soy un clown. ¡Tomen ejemplo de esto y no me imiten!
Jacques
Lacan
Como
tiene que enseñarles […] a médicos, analistas o analizados, Lacan
les brinda, en la retó-
rica
de su palabra, el equivalente mimado del
lenguaje
del inconsciente, que es, como todos lo
sabemos,
en su esencia última, Witz, pirueta,
metáfora,
fallida o lograda.
Louis
Althusser11
Desde
la publicación, en 1993, de la tercera parte de mi Historia
del
psicoanálisis,
1
totalmente
consagrada al pensamiento, la vida, la
obra
y la acción de Jacques Lacan, a menudo tuve la sensación de
que
algún día iba a tener que efectuar un balance, no sólo de la
herencia de este maestro paradójico, sino también de la manera en
que
fue comentado mi propio trabajo en el interior y el exterior de
la
comunidad psicoanalítica.
Sin
lugar a dudas, me había imaginado erróneamente que un
trabajo
sereno, fundado en un abordaje crítico, sería capaz de calmar las
pasiones. Y que tal vez la famosa frase de Marc Bloch
–“¡Partidarios
y detractores de Robespierre, por lo que más quieran, por piedad,
dígannos simplemente quién fue Robespierre!”–,
2
que
había puesto como epígrafe de mi libro, fi nalmente permiti -
ría
que fueran encarados, al margen de las pasiones, tanto el destino del
hombre como el desarrollo de su pensamiento.
Si
el resultado fue en gran parte positivo, es evidente que el
hombre
y su obra siguen siendo hoy objeto de las interpretaciones
más
extravagantes, en un tiempo en el que cada generación tiende
1
Élisabeth
Roudinesco, Histoire de la psychanalyse en France, vol. 1 [1982,
1986],
París, Fayard, 1994; vol. 2 [1986], París, Fayard, 1994 [trad.
esp.: La batalla
de
cien años. Historia del psicoanálisis en Francia, 3 vols., trad. de
Ignacio Gárate,
Madrid,
Fundamentos, 1988-1993]; Jacques Lacan. Esquisse d’une vie,
histoire d’un
système
de pensée [1993]; nueva ed. rev. y corr., que reúne los tres
volúmenes,
París,
Hachette, col. La Pochothèque, 2009 [trad. esp.: Jacques Lacan.
Esbozo de
una
vida, historia de un sistema de pensamiento, trad. de Tomás Segovia,
Buenos
Aires,
Fondo de Cultura Económica, 1994].
2
Marc
Bloch, Apologie pour l’histoire, ou Métier d’historien [1949],
París, Armand Colin, 1993, p. 157 [trad. esp.: Apología para la
historia o el ofi cio del historiador, trad. de María Jiménez y
Danielle Zaslavsky, México, Fondo de Cultura
Económica,
1996].12 LACAN, FRENTE Y CONTRA TODO
a
olvidar lo que ocurrió antes que ella, sin perjuicio de celebrar la
anterioridad
patrimonial y genealógica de una supuesta “edad
dorada”
en vez de una refl exión sobre el pasado susceptible de
esclarecer
el porvenir.
A
esto se añaden los delirios que se manifi estan periódicamente y
que emanan de panfl etarios poco escrupulosos o de terapeutas en
busca de notoriedad: Freud nazi, antisemita, incestuoso,
criminal,
estafador. Lacan perverso, bestia salvaje, maoísta, violador, jefe
de una secta, estafador, golpeador de sus mujeres, sus pacientes, sus
criados, sus niños, coleccionista de armas de fuego. A
este
respecto, todo fue dicho, y el rumor funciona a las mil maravillas, a
más y mejor.
Nuestra
época es individualista y pragmática. Le gusta el instante
presente, la evaluación, el determinismo económico, los sondeos, la
inmediatez, el relativismo, la seguridad. Cultiva el rechazo
del
compromiso y de las elites, el desprecio por el pensamiento, la
transparencia,
el goce del mal y del sexo perverso, la exhibición del
afecto
y de las emociones sobre un fondo de explicación del hombre por sus
neuronas o sus genes. Como si una causalidad única
permitiera
dar cuenta de la condición humana. Sin duda, el ascenso del
populismo en Europa y la seducción que éste ejerce sobre ciertos
intelectuales que predican abiertamente el racismo, la
xenofobia
y el nacionalismo no son ajenos a esta situación.
Hay
que decir que el advenimiento de un capitalismo salvaje
contribuyó
a la extensión planetaria de la desesperanza y de la
miseria,
asociada a la reactivación del fanatismo religioso que,
para
algunos, hace las veces de referencia política y de experiencia
identitaria.
En Francia, 8 millones de personas padecen de trastornos psíquicos y
se cuidan como pueden: medicamentos, terapias
diversas,
medicinas paralelas, curas de todo tipo, desarrollo personal,
magnetismo, etc. En todas partes en el mundo democrático,
procedimientos
de medicina de sí mismo se desarrollan al infi nito,
al
margen de la ciencia y, la mayoría de las veces, de la razón. En
ese
mundo, la búsqueda del placer –y no de la felicidad colectiva–
reemplazó
a la aspiración a la verdad. Y como el psicoanálisis está TREINTA
AÑOS DESPUÉS 13
interesado
en la búsqueda de la verdad de uno mismo, ha entrado
en
contradicción con esa doble tendencia al hedonismo, por un
lado,
y al repliegue identitario, por el otro.
Pero
al mismo tiempo, nuestra época produce también la impugnación de
lo que pone en escena: precisamente cuando mayor
es
el peligro –decía Hölderlin–, más cerca está la salvación,
3
como,
por
otra parte, la esperanza. La prueba es que, después de tres
decenios
de críticas ridículas contra la idea misma de revuelta,
hete
aquí que emerge, fuera de la Europa que la había visto nacer,
un
nuevo deseo de revolución.
Tratándose
de la historia del psicoanálisis y de su historiografía,
todo
ocurre, por lo tanto, a posteriori, y en semejante contexto,
como
si, pese al establecimiento riguroso de los hechos y la exploración
de varias verdades de múltiples facetas, Lacan –después de
Freud,
por lo demás, y de todos sus sucesores– fuera siempre mirado unas
veces como un demonio, otras como un ídolo. De ahí
un
maniqueísmo y una negación de la historia. Y los psicoanalistas no
se quedan atrás: jerga, postura melancólica, barrera ante las
cuestiones
sociales, nostalgia. Ellos prefi eren la memoria a la historia, el
machaqueo al establecimiento de los hechos, el amor por
los
tiempos antiguos a aquel por el presente. De buena gana olvidan que
“mañana es otro día”. A tal punto que cabe preguntarse si
no
se conducen en ocasiones como los enemigos de su disciplina y
de
su herencia.
Fue
al hacer esta comprobación, y al observar las primicias de
una
nueva esperanza, cuando tuve ganas –treinta años después de la
muerte
de Lacan, en el momento en el que se perfi la el desvanecimiento
progresivo de cierta época (llamada “heroica”) del psicoanálisis
y los psicoanalistas se transforman en psicoterapeutas orga-
3
“Pero
donde crece el peligro, / crece también lo que puede salvar”
(Friedrich Hölderlin, “Patmos”, en Œuvres, trad. fr. de Gustave
Roud, París, Gallimard, col. La Bibliothèque de la Pléiade, 1967,
p. 867 [trad. esp.: Obra poética
completa,
trad. de Federico Gorbea, Barcelona, Ediciones 29, 1979]).14 LACAN,
FRENTE Y CONTRA TODO
nizados
en una profesión reglamentada por el Estado– de hablar de
otra
manera, y de un modo más personal esta vez, del destino del
último
gran pensador de una aventura intelectual que había empezado a
desplegar sus efectos a fi nes del siglo xix, en la época de la
lenta
declinación del Imperio Austrohúngaro y de todas las instituciones
que le estaban vinculadas: la familia patriarcal, la soberanía
monárquica,
el culto de la tradición, el rechazo del porvenir.
Quise
evocar, para el lector de hoy en día, algunos episodios
sobresalientes
de una vida y una obra con la que toda una generación estuvo
mezclada, y comentarlos con la perspectiva que da el
tiempo,
de manera libre y subjetiva. Me gustaría que este libro sea
leído
como el enunciado de una parte secreta de la vida y de la
obra
de Lacan, un vagabundeo por senderos desconocidos: un revés o una
cara oculta que viene a iluminar el archivo, como en un
cuadro
encriptado donde las fi guras de la sombra, antaño disimuladas,
vuelven a la luz. Quise evocar de a trocitos otro Lacan confrontado
con sus excesos, con su “pasión de lo real”,
4
con
sus objetos: en una palabra, con su real, con lo que fue forcluido de
su
universo
simbólico. Un Lacan de los márgenes, de los bordes, de
lo
literal, transportado por su manía del neologismo.
Este
Lacan supo anunciar los tiempos que se convirtieron en
los
nuestros, prever el ascenso del racismo y del comunitarismo, la
pasión
por la ignorancia y el odio al pensamiento, la pérdida de
los
privilegios de la masculinidad y los excesos de una feminidad
salvaje,
el advenimiento de una sociedad depresiva, los atolladeros de las
Luces y de la Revolución, la lucha a muerte entre la ciencia erigida
en religión, la religión erigida en discurso de la ciencia
y
el hombre reducido a su ser biológico:
En
no mucho tiempo –decía en 1971– vamos a estar sumergidos
en
problemas segregativos que se van a llamar racismo y que tienen que
ver con el control de lo que ocurre en el nivel de la repro-
4
Según
las palabras de Alain Badiou, Le Siècle, París, Seuil, 2005, p. 54
[trad.
esp.: El Siglo, trad. de Horacio Pons, Buenos Aires, Manantial,
2005]. TREINTA AÑOS DESPUÉS 15
ducción
de la vida, en seres que, en virtud de lo que hablan, resultan tener
todo tipo de problemas de conciencia.
5
Volver
a hablar de Lacan treinta años después de su muerte es también
recordar una aventura intelectual que ocupó un lugar importante en
nuestra modernidad, y cuya herencia sigue siendo fecunda,
digan
lo que digan: libertad de palabra y de costumbres; fl orecimiento de
todas las emancipaciones –las mujeres, las minorías, los
homosexuales–;
esperanza de cambiar la vida, la familia, la locura,
la
escuela, el deseo; rechazo de la norma; placer de la transgresión.
Suscitando
los celos de los doctos que no dejan de insultarlo, Lacan se situó
sin embargo a contracorriente de estas esperanzas, como
un
libertino lúcido y desengañado. Por cierto, estaba convencido de
que
la búsqueda de la verdad era la única manera de lograr sustituir
la
salvación por el progreso, el oscurantismo por las Luces. No
obstante, decía, a condición de saber que la racionalidad siempre
puede
transformarse
en su contrario y suscitar su propia destrucción. De ahí
su
defensa de los ritos, de las tradiciones y de las estructuras simbó-
licas.
Aquellos que hoy lo rechazan, haciendo de él lo que jamás fue
y
ridiculizándolo con la etiqueta infamante de “gurú” o de
“fanfarrón de la democracia”, olvidan que él se sumergió de
lleno, en ocasiones en contra de sí mismo, en estas
transformaciones. A tal punto
que
adoptó sus paradojas mediante sus juegos de lenguaje y de palabras
que hoy nos complacemos en practicar. El siglo xx era freudiano, el
siglo xxi ya es lacaniano.
Lacan
no dejó de asombrarnos.
Nacido
a comienzos del siglo xx, y habiendo vivido dos guerras feroces,
comenzó a ser celebrado desde los años treinta. Pero
fue
entre 1950 y 1975 cuando ejerció su más poderoso magisterio
sobre
el pensamiento francés, en una época en que Francia, dominada por
un ideal social y político heredado de los dos movimien-
5
Jacques
Lacan, Le Séminaire. Livre XIX, …ou pire [1971-1972], París,
Seuil, 2011.16 LACAN, FRENTE Y CONTRA TODO
tos
surgidos de la Resistencia, el gaullismo y el comunismo, luego
por
la descolonización, y finalmente por la cesura de Mayo de
1968,
se vivía como la nación más cultivada del mundo, una nación donde
los intelectuales ocupaban un lugar preponderante en
el
seno de un Estado de derecho marcado por el culto de una República
universalista e igualitaria.
En
este contexto, todas las aspiraciones fundadas en la razón
y
el progreso estaban a la orden del día. Y sobre todo, el proyecto
de
mejorar colectivamente la suerte de todos aquellos que estaban
aquejados
de trastornos psíquicos: neuróticos, psicóticos, depresivos,
delincuentes. Y es precisamente en esos tiempos cuando Lacan se
obstinó en afi rmar que el abordaje freudiano era el único
horizonte
posible de las sociedades democráticas, el único capaz
de
captar todas las facetas de la complejidad humana: tanto lo
peor
como lo mejor. Sin embargo, y a despecho de su fuerte inclinación
por el pesimismo y la ironía, no por ello se convirtió en un
reaccionario
mezquino.
También
fue el único pensador del psicoanálisis que tuvo en
cuenta
de manera freudiana la herencia de Auschwitz, movilizando,
para
dibujar su horror, tanto la tragedia griega como los escritos del
marqués
de Sade. Nunca nadie, entre los herederos de Freud, supo
como
él reinterpretar la cuestión de la pulsión de muerte a la luz
del
exterminio de los judíos por los nazis. Sin esta reestructuración
y
esta fascinación que experimentó Lacan por la parte más cruel y
más
negra de la humanidad, el psicoanálisis se habría convertido
en
Francia en un lamentable asunto de psicología médica, heredero de
Pierre Janet, de Théodule Ribot o, todavía peor, de Léon
Daudet,
de Gustave Le Bon o de Pierre Debray-Ritzen.
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